miércoles, 4 de marzo de 2015

Mi camino desde el ateísmo hacia Dios



Cómo quisiera que de alguna manera mis palabras pudieran ser reconocidas por la parte más honesta y humana de aquél que las lee, porque es así como lo escribo, expresándome desde lo más sincero y profundo de mi ser, sin ninguna especie de máscara, sin pretensiones egoístas, sin pose alguna.



LAS PREGUNTAS

En mi interior hay tantas preguntas sobre todo y un gusto enorme por aprender, una sed de conocer, de encontrar respuestas, de buscarlas. Disfruto mucho detenerme a mirar y cuando observo con todos los sentidos, siempre hay algo que me causa asombro y de manera natural las preguntas vienen a mi mente y con ellas el deseo de conocer.

Leí o escuché en algún lado una idea bonita sobre el gusto por cuestionarse no esperando encontrar una respuesta, sino simplemente por el gusto de hacer la pregunta. 

Creo que efectivamente cuestionarnos nos da un placer intelectual bastante satisfactorio, pero creo también que necesitamos respuestas. Si preguntamos, es porque algo queremos saber. ¿Por qué nos preguntaríamos sin la esperanza de encontrar una respuesta o explicación a nuestros cuestionamientos? Simplemente nos haríamos una pregunta, pero daría igual si buscamos o no una respuesta y sencillamente, a mí no me da igual.

Las preguntas vienen con el deseo y la necesidad natural de conocer, con la esperanza de encontrar una explicación sobre aquello que no sabemos o no podemos entender bien.

Dentro de la infinidad de preguntas que se nos pueden ocurrir, hay algunas que han captado particularmente mi atención: ¿cómo es que yo soy algo?, ¿qué soy?, ¿qué es el universo?, ¿cómo surge el universo? Y dentro de estas preguntas, en un apartado especial, están otras como: ¿qué sentido tiene vivir?, ¿hay sentido alguno?, y si no hay sentido, ¿para qué o por qué seguir viviendo?, y si hay sentido, ¿cuál es?, ¿es válido para todos? etc. Estas preguntas tienen que ver con todos, son el tipo de preguntas que acompañan al hombre. Son las preguntas universales que tienden a buscar explicaciones universales.

Esto me ha conducido al gusto por la filosofía y aunque realmente no sé nada de nada, aunque no he leído tanto como me gustaría y no sea una erudita en el pensamiento filosófico y no pueda citar a Nietschze, Camus, Husserl u otros, a pesar de todo eso, nadie podría discutir lo genuina que es esa inquietud tan profunda que experimento al cuestionarme sobre algo, e irme lejos buscando la esencia de las cosas, lo más intrínseco de aquello, lo más recóndito de mi propio ser y de lo que distingo como lo que no soy yo.

Me gusta mucho pensar y platicar de estos temas con otras personas. Me gusta encontrarme con gente que tiene el mismo interés en estas cuestiones y comparten sus pensamientos sin intención de imponerte una idea, o una imagen de sí mismo, o contradiciendo todo sólo por el gusto de verte trastabillar, sino más bien, como tratando de descubrir contigo los tesoros más ocultos, reconociendo que muy poco, prácticamente nada sabemos, pero tratando de descifrar los misterios.


DIOS NO EXISTE

Cuando era pequeña, estas preguntas se resolvían sencillamente con la existencia de Dios. ¿Por qué existo?, porque Dios me creó. Pero poco a poco mis inquietudes y pensamientos se hacían más complejos y muchas de mis dudas eran continuamente resueltas por las ciencias. Ellas me ofrecían explicaciones claras y pruebas contundentes y bastante sólidas, y así poco a poco fui descubriendo el poder del pensamiento, mi propio poder y el poder de la humanidad.

Fue entonces cuando llegó el momento de cuestionarme sobre la existencia de Dios: ¿cómo es posible Dios?, ¿no será que Dios es sólo una creación del hombre para ofrecer una respuesta a aquello que no ha descubierto?

No recuerdo exactamente cómo, pero por aquellos tiempos en que me cuestionaba sobre la existencia de Dios, me topé con esa famosa idea de Jenófanes de Colofón sobre que si los caballos tuvieran dioses, éstos los pintarían tal y como ellos mismos son... Tal vez Dios era un mito inventado y todas esas cuestiones divinas en  las que yo creía, no eran más que imaginación y fantasía. ¡Yo no quería vivir en una mentira!, yo quería conocer la verdad y la ciencia me daba verdades contundentes. 

Tenía 15 años cuando resolví: DIOS NO EXISTE.


SIN DIOS

Después de terminar la preparatoria, elegí entrar a la carrera de educación en la Facultad de Filosofía y Letras y ahí conocí a personas con inquietudes semejantes a las mías. Mi interés en cuestiones filosóficas iba creciendo poco a poco, ¡la filosofía es una gran aventura! 

Comenzaba a conocer ideas de personajes ilustres, me emocionaba (y me sigue emocionando) encontrarme con pensamientos que coincidían con los míos, o bien entrar en la mente de otros que me hacían ver el mundo desde una perspectiva distinta.

Era una pluralidad de razonamientos tan interesantes y gradualmente las cosas eran más y más complejas, más y más profundas. Volvía a toparme con el tema de Dios en muchas ocasiones, pero para mí era un tema solamente, y un tema sin fundamentos reales. Por esa razón llegué al punto de ponerlo a parte si no podía probar su existencia o inexistencia, era un tanto absurdo perder el tiempo en eso, lo mejor que podía hacer era mantenerme al margen y decir: "sobre Dios nada sé y nada se puede saber, si Dios existe no se puede conocer, si no existe entonces no es algo importante". ¡Me sonaba hasta pretencioso escuchar que alguien decía conocer a Dios! Así que una conversación sobre Dios simplemente no tenía sentido.

Pero el saber ¿por qué existo? o ¿para qué?, sí era importante, ¡era la base de mi propia existencia! Pero entonces, ¿por dónde comenzaba? 

¡Tenía que partir de algún punto! y ese punto, a la manera de Descartes, fue el YO EXISTO. Pero, ¿yo existo verdaderamente?, y ¿qué es existir?, en un sueño por ejemplo, ¿las cosas existen verdaderamente?, ¿es verdad que yo soy?, ¿y si nada de esto es real? y si yo no soy real entonces, ¿qué sentido tiene todo?, bueno tal vez no hay un sentido y si no hay sentido, puedo morir ahora y da igual.

Llegué al punto del vacío, cuando te miras a ti mismo como una cosa rara existiendo en un universo raro, sin un origen y sin un destino más que la muerte. Ahí donde está el sinsentido de la vida, y sin embargo las preguntas siguen apareciendo: "y si nada tiene sentido, ¿por qué sigo preguntándome?, ¿por qué busco algo que no encontraré nunca?".

Preguntas infinitas y sin respuesta. Así que, o te resignas a vivir intentando disfrutar la vida y comprendiendo que no tiene sentido y que todo acabará algún día, o bien, mueres de una vez por todas. 

Era angustiante llegar a ese punto, lloraba y como un instinto primitivo de supervivencia, venía la pregunta: "¿por qué elegir vivir?" y mientras trataba de responderla, seguía viviendo.

Una y otra vez traté de ser positiva y pensar: "no importa nada más que la vida misma y en este momento estoy VIVA, me muevo, pienso, actúo, me percibo y esta experiencia es asombrosa. Así que mientras tenga oportunidad voy a disfrutarla. Hoy estoy aquí, independientemente de que sea o no sea real, ¡yo creo que soy real!, ¡yo creo que estoy viva y algún día moriré! entonces, ¡hoy tengo que disfrutar!". Eso me tranquilizaba momentáneamente, siempre sentí que era como la soga sobre la cual me asía y jalaba fuertemente para salir del pantano que casi cortaba mi respiración.

Seguía viviendo, tratando de ser positiva y aunque no tuviera sentido, seguía pensando. Pero otro día, volvía a encontrarme cara a cara con el vacío y con esa angustia que presiona tu ser hasta casi hacerte reventar.


DEL ATEISMO AL AGNOSTICISMO TEISTA

Una noche, en una de mis clases (la que yo calificaba como la más aburrida), nos presentaron un documental sobre el embarazo. Era un video viejo con un narrador de acento español, ahí se explicaba cómo el ser humano se va formando en el vientre de la madre. Mostraba imágenes ilustrando cómo se dividía cada célula, cuánto se tardaban en formarse los órganos del pequeño hombrecito, cómo iban desarrollándose los sistemas, cómo se alimentaba el feto, ¡cómo crecía el vientre de la madre!... Y yo estaba ahí viendo ese video a pesar de la apatía con la que había asistido a esa clase. Observaba con atención pensando que yo soy mujer y que podría tener la oportunidad de vivir esa experiencia, comenzaba a pensar cómo sería tener un bebé en tu vientre, sentirlo y después verlo como un ser independiente y al mismo tiempo dependiente de ti. Eran cosas que antes ya había estudiado, cosas que ya sabía, pero en ese momento fue como si lo hubiera sabido por primera vez, me asombré como un niño pequeño que ve cómo un ave extiende sus alas y se despega mágicamente del suelo. Era tan genuino ese asombro que no pude contener las lágrimas por la emoción de ser parte de algo maravilloso.

Fue entonces cuando creí que había Algo, el Principio, la Causa, Algo por lo que es todo lo que es, incluyéndome. Me pareció poco razonable que tanto orden y precisión fuera producto del azar. Sentí agradecimiento por la vida, por ser un ser humano y además por el detalle de ser mujer, sentí un agradecimiento que dirigí a ese Principio. 

Eso era para mi igual a Dios, el Ser.

No obstante, me quedé en ese punto, no podía pasar de ahí, no había manera de hacerlo. Ese Principio, no era para mí un Ser personal, ni amoroso, ni justo, ni nada, sólo era El Ser. Lo único que me aventuraba a pensar sobre Eso es que era el Ser en sí mismo, un ser sin principio y sin fin, eterno. Y pude creer (con un poco de recelo todavía), que era una inteligencia superior. Afirmar esto último ya era bastante arriesgado para mí misma.

Esta conclusión, no cambió por mucho mi manera de ver el mundo, seguía pensando que a Eso, no podía conocerlo y la única relación que tenía conmigo era meramente causal. Pero ahora el YO SOY era un tanto más sólido que antes: "yo soy porque hay Algo que me hizo ser".

A pesar de haber creído en ese Algo, y que para mí fuera igual a lo que otros llamaban Dios, seguía encontrándome con lo absurdo de la vida, seguía dentro de mí la insatisfacción y el desconcierto por verme como una minúscula partícula en un súper universo desconocido. Una partícula que dejaría de ser algo algún día.

Una tarde, estaba viendo un documental sobre unos peces. Cierto grupo de científicos hacía una investigación y explicaba que estos peces podían percibir muchos más colores que el ojo humano. Entonces pensé: "si esos peces ven colores que nosotros no vemos, ¿no estaremos nosotros percibiendo mal? Tal vez la realidad como la conocemos, no está completa, pero ¿cómo saberlo?".

Y así seguía por la vida, haciéndome preguntas, desconfiando de todo, incluyéndome a mí y a mi razón. Seguía ahí con ese sentimiento como de desamparo, como de estar perdida en el cosmos, sin saber porqué. Siempre traté de ser positiva y buscar hacer el bien y mantener los valores que mi madre me enseñó, pero ¿qué era el bien? 

Seguía teniendo muchas cuestiones inconclusas que me abrumaban en momentos de soledad y a veces prefería ocuparme en el trabajo, la escuela, los amigos, la familia, para no sentir el gran peso de vivir. El optimismo, un destello de esperanza y el amor que mi familia me demostraba, hicieron que aunque no tuviera sentido, valiera la pena seguir viviendo.


PREJUICIOS SOBRE LA RELIGIÓN

Con el paso del tiempo me encontraba una y otra vez con esa idea que me había asediado desde pequeña. Personas y textos que hablaban de que Dios se puede conocer, que es un Ser personal que ama y que conoce su creación y no sólo eso, sino que puede establecerse una relación estrecha con Él. Un Ser Creador que se comunica y está continuamente tratando de reconciliarse con los hombres. Y además de eso, un Dios que tuvo que hacerse hombre para el perdón de los pecados y la comunión con la humanidad.

Para mí un cristiano era una persona ingenua y/o floja para pensar, una persona que necesitaba creer en un Dios personal para tener una especie de muleta, un alguien a quien recurrir cuando algo no va bien. Y en muchas ocasiones una excusa para no aceptar las responsabilidades de sus propios actos atribuyéndolas a un Dios que nos maneja como títeres. La religión y la iglesia no eran más que instrumentos para el control de masas, instituciones que pretenden utilizar la fe de las personas para someterlas y ganar poder sobre ellas.

¿Por qué la gente no se daba cuenta de eso?, ¿por qué diezmaban y se dejaban embaucar?, ¿por qué iban todos los domingos a escuchar a una persona que les decía que eran pecadores y que el mal estaba sobre ellos? Eran tantas mis preguntas y mi desconcierto al ver como gente que yo podía considerar como inteligente, creía todas esas cosas sobre Jesús, la Biblia como la palabra de Dios, y el Espíritu Santo como divino consolador.

¡Era como hablar del ratón de los dientes o santa! No tenía sentido y definitivamente para mí, el cristianismo no era una opción viable para encontrar verdades.

Recuerdo que en aquél momento, el horario de mis clases se ajustaba de tal manera que por un semestre podría asistir a una clase de Filosofía de la religión. Mi interés en esa clase era más bien debido a que la profesora que lo impartía, había capturado mi atención en el tercer semestre de la carrera, cuando estuve como oyente en una clase de historia de la filosofía griega.

Ella es una mujer culta, amable, alegre, perfeccionista, apasionada, que disfruta su trabajo y que de una forma u otra escucharla hablar, siempre me parece inspirador. Cuando la escuché por primera vez, despertó mi admiración y respeto casi inmediatamente y cuando me enteré de que es cristiana, simplemente me quedé pasmada y me preguntaba ¿por qué?

En aquella clase de Filosofía de la religión, se despertó mi interés por algunas cuestiones específicamente referentes al cristianismo. Yo estaba segura de que a Eso, a ese Principio, que para mí era igual a Dios, no se le podía conocer y me comenzaron a interesar los argumentos de quienes decían que sí se podía. No me explicaba por qué una persona tan culta (particularmente la profesora de ese curso), podía ser cristiana.

Por aquél tiempo, recibí una invitación de una amiga, para asistir a una plática sobre el amor. ¿El amor?, ¿así tan general?, ¿nada de títulos rimbombantes?, algo así como "Los fundamentos ontológicos del amor en el contexto social mexicano del siglo XXI", ¿sólo una plática sobre el amor? ¡Qué raro! 

No tenía nada qué hacer ese día, así que decidí ir. Sin expectativa alguna, sólo por curiosidad y por salir a dar la vuelta, dije que sí.

Llegamos al lugar y entramos al salón en el que darían la conferencia. El ambiente era totalmente distinto a los ambientes a los que yo estaba acostumbrada cuando asistía a alguna conferencia. Generalmente me encontraba en salas con personas serias, miradas distantes, conversaciones intelectualoides, poses, murmullos, pero ahí parecía más bien una especie de convivencia algo familiar. Eran muchos jóvenes de mi edad (pocos años más, pocos años menos), que se saludaban con grandes expresiones de afecto. Había carcajadas alborotadas y algunos de ellos se acercaban a mí con mucha confianza aunque yo no tenía idea de quienes eran. Me sentí un poco extraña y confundida, supuse que tal vez se conocían de alguna empresa o asociación. Me dediqué a observar y a responder a los saludos.

La platica comenzó. Un joven tomó el micrófono y presentó un video en el que entrevistaban a diferentes personas y les hacían preguntas en torno al tema del amor, fue interesante escuchar las respuestas que daban, lo que pensaban sobre el tema y especialmente las reacciones que tenían ante las preguntas. Al finalizar, el mismo joven hizo una breve reflexión sobre el amor y cerró compartiendo el evangelio.

¡Bingo! Ahora todo tenía una explicación, eran cristianos. Ese día regresé a casa y me causó un poco de gracia haber estado ahí. A una iglesia solamente habría de asistir por compromiso o bien, por error.

Pero meses después, volví a recibir una nueva invitación para otro de esos eventos y aunque no quería ir (porque ahora sí ya sabía de qué se trataba), dije que sí, simplemente no me atreví a decir que no.

Aquella segunda ocasión conocí a un chico. Este joven se acercó a mí y comenzó a hablarme del sacrificio de Jesús. Me dijo que Dios se había hecho hombre y que había decidido dar su vida para perdonar los pecados de los hombres y sólo era cuestión de creer en Jesús para salvarse y tener vida eterna. Le dije que respetaba sus creencias, pero que yo no creía lo mismo, le hablé de mi escepticismo al respecto de Dios, le platiqué que sí creía en Algo como Causa, como Principio, pero que me parecía arrogante decir que a Eso se le podía conocer.

Él me contó su historia y como siendo ateo, había creído en Jesús y su vida se había transformado. La plática pudo haberse extendido más, pero tuve que irme y él no desaprovechó la oportunidad para invitarme a la reunión de los domingos. Aquella plática me había parecido interesante porque este chico no me pareció ingenuo ni flojo para pensar, además sentí que respetó mis propias ideas y aunque sí era un tanto persuasivo, no me había desagradado y me dio curiosidad saber por qué creía en todas esas historias.

Y a pesar de mis prejuicios sobre la religión, las iglesias y los cristianos, mi curiosidad fue más fuerte. Un domingo decidí asistir y escuchar, finalmente ¿quién tiene la razón? 

Fue un poco incómodo al principio, pues no estaba acostumbrada a saludar a tantas personas en un sólo día, pero traté de ser abierta y decidí mirarlos como a cualquier persona evitando emitir juicios precipitados en base a su religión. Decidí conocerlos y pasar un buen tiempo, además siempre hay algo que aprender de los otros y con los otros.

Comencé a frecuentar de vez en cuando ese lugar, después de todo empecé a hacer amigos y pronto me sentí cómoda. Iba conociendo las razones que ellos tenían para creer y aunque no compartía las mismas ideas me di cuenta de que algunos de mis pensamientos (con respecto a cuestiones morales), coincidían con su sistema de creencias. Me gustaba ir, me gustaba escuchar, eran personas que tenían esperanza y buenos deseos, eran gente alegre y divertida, amables, amistosos, afectuosos, comprensivos y muy respetuosos.

En repetidas ocasiones venían a nuestras conversaciones (con aquellos con quienes más me relacionaba),  los temas sobre el cristianismo, Dios, la Biblia, Jesús, la iglesia. Yo expresaba lo que tenía que decir, lo que yo pensaba, lo que había leído. Les preguntaba, siempre con respeto pero tratando de ser clara, ellos me escuchaban con atención e interés y respondían mis preguntas. Algunas veces, me encontraba con respuestas que no me gustaban y sentía rechazo e incluso molestia, pero a pesar de eso, era interesante conocer. Siempre me pareció claro que su intención no era ofenderme, así que trataba de hacer a un lado los sentimentalismos, al fin y al cabo eran sólo sus creencias.

Algunas de las cuestiones que más trabajo me costaba entender era por ejemplo, ¿por qué creer que la Biblia es la palabra de Dios?, ¿por qué Dios se habría hecho hombre?, ¿para salvarnos de qué? y la cuestión de la fe, ¿una certeza por fe?, ¡¿cómo puede ser eso posible?!, entre muchas otras.

Preguntaba y preguntaba, pensaba y escuchaba con atención, estos chicos respondían con cordura y me daban respuestas que si bien yo no creía, en su contexto tenían sentido. Me hacían pensar y ¡me gusta pensar!



DIOS HECHO HOMBRE

Desde que llegué a Gran Comisión (es el nombre de la iglesia) han pasado ya casi tres años. Y han sido tres años en los que he seguido viviendo como siempre, cuestionándome, buscando respuestas, pensando y pensando, sin embargo, esos momentos en los que caía en el vacío, iban siendo un tanto menos frecuentes que antes.

Gradualmente iba descubriendo cuan razonable es creer en un Ser inteligente y creador, amoroso, justo... ¿De dónde venía el amor?, ¿y la justicia?, ¿ y el bien y el mal?, ¿eran simples construcciones sociales o tendría que ver con Dios?  Pensaba mucho en la idea de una relación con el Ser, comenzaba a verlo al menos como una posibilidad, pero Jesús y la Biblia seguían siendo para mí poco más que un personaje muy importante de la historia occidental y un libro interesante quizá, pero que no me daba ganas de leer...

Un día, exactamente el 23 de diciembre del año pasado, mientras trabajaba, recibí en mi celular un mensaje de una de mis amigas más cercanas, eran dos fotografías de un texto corto. Me dispuse a leerlas. 

Cuando leo una historia y algo atrae mi atención, de forma natural comienzo a recrearla en mi mente. Esto sucedió con esta historia pero fue aún más especial, desde el principio cada imagen, cada palabra, cada sentimiento y pensamiento cobraba vida dentro de mí. De inmediato encontré el personaje que era yo.

La historia se tradujo en mi mente así:

Hoy es navidad.

Por la mañana mi esposo se levantó temprano y alistó a los niños para ir a la iglesia, me invitó pero le dije que no iría de ninguna manera: "Sabes que soy atea querido, no creo que haya un ser superior, es irracional creer algo así. ¿Y la navidad?, ¡por favor, cielo! ¿por qué un Dios tan grande y majestuoso y todo eso, habría de querer rebajarse a ser un hombre?, ¡no tiene sentido!".

Mi esposo no dijo nada más, tomó a los niños y se fue.

Encendí la chimenea, tenía demasiado frío por la tormenta de nieve que arreciaba, me preparé un café y me senté en el sillón a leer. Todo estaba tranquilo y de pronto escuché un golpe en la ventana, me pareció extraño, me quedé quieta, levemente asustada, pero como no pareció ocurrir nada más, continué tranquilamente mi lectura. A los pocos minutos nuevamente algo golpeó la ventana.

Me asusté, fui por mi abrigo y me armé de valor para salir a ver qué pasaba. Miré en dirección a la ventana y lo único que descubrí fue una familia de gansos salvajes que daban vueltas como locos. Supuse que estaban emigrando a algún lugar para guarecerse del frío, pero la tormenta los había atrapado y lo que había golpeado mi ventana seguramente, había sido uno de ellos que desorientado, chocó.

"Pobres gansos", pensé, "no van a poder salir de la tormenta y morirán de frío y hambre allá afuera"

Sentí el deseo de ayudarlos, "¡Ya sé! Abriré el granero para que entren. Así se salvarán".

Fui entonces por las llaves y abrí las puertas, me quedé de pie, esperando que entraran, pero ellos seguían afuera y parecían no haberse percatado de la existencia del granero abierto. Comencé a hacer sonidos y movimientos con las manos para dirigirlos al granero, pero sólo se asustaban, "¡si supieran lo que significa el granero en sus circunstancias!"

Fuí adentro por algo de pan y lo puse cerca de ellos haciendo un caminito que los llevaría al granero, pero no entendían. Comencé a sentir frustración y corrí detrás de ellos, pero sólo se asustaban más e iban en todas direcciones, menos hacia el granero.

"¿Es que no se dan cuenta que este es el único sitio donde podrán sobrevivir a la tormenta?"... Me quedé meditando por unos instantes y supe que no seguirían a un ser humano, así que pensé: "si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría salvarlos!"

Se me ocurrió sacar a mi ganso doméstico, lo tomé en brazos y me paseé con él por en medio de ellos, cuando lo solté, éste voló y en seguida entró al granero. Fue así como una a una, las otras aves lo siguieron; todas estuvieron adentro, a salvo.

Cerré las puertas y me quedé pensando por un momento: "si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría salvarlos!". Recordé lo que horas antes había dicho a mi esposo, mi dulce y tierno esposo, quien aun conociendo mi forma de pensar, me había invitado a celebrar la navidad con la esperanza de que yo pudiera abrir mi corazón: "¿por qué un Dios tan grande y majestuoso y todo eso, habría de ser un hombre , ¡no tiene sentido!".

De pronto todo tomó su justo lugar: nosotros somos como esos gansos, dando vueltas como locos en medio de la tormenta, buscando abrigo, buscando estar a salvo, ciegos, perdidos y a punto de perecer. Dios en su infinita sabiduría tuvo que manifestarse en Cristo, tuvo que ser uno de nosotros a fin de mostrarnos el camino y poder salvarnos.

Entonces comprendí el significado de la Navidad.

"Cuando amainaron los vientos y cesó la tormenta, su alma quedó en quietud y meditó en tan maravillosa idea, De pronto comprendió el sentido de la Navidad y porqué había venido Cristo a la tierra... Junto con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad. Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria: ¡Gracias Señor por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!"...

Terminé de leer la historia entre lágrimas. Estaba realmente conmovida. Respiré hondo tratando de controlar el llanto mientras secaba mi cara decidida a dejar de llorar, pero era inútil, no podía hacerlo, Me decía: "ya Katia, estás en el trabajo, tranquilízate" y volvía a intentar controlarme. Fue inútil.

Tuve que irme a esconder al baño para poder desahogar la presión que la historia me había causado. Ahí encerrada, pude dejar que mi llanto fluyera libremente, sólo tenía ganas de llorar, así que lo hice. 

Lloraba y lloraba como una niña, con tanto sentimiento y sin poder controlarme, me decía a mí misma: "no llores, ¿por qué lloras? Es una historia conmovedora aplicada en el contexto de un cristiano, ¡claro está! Deja de llorar, ¿por qué lloras tanto? ¡No seas ridícula! Tal vez te sientes triste por algo y esto es un pretexto para desahogarlo, tiene que haber una explicación psicológica para estar tan conmovida, ¿o tal vez fisiológica y hormonal?, deja de llorar ¡Katia!, ¡es suficiente!".

Muchas explicaciones totalmente razonables venían a mi mente en ese momento, pero mi ser no se contentaba con ninguna de ellas. Mientras más explicaciones buscaba, más y más pesado era mi llanto. 

Yo lo sabía. Sabía por qué estaba tan conmovida, sabía el motivo, no podía ignorarlo, no podía engañarme a mí misma por más tiempo, sabía la Verdad pero me rehusaba a aceptarla, porque no estaba segura de sus implicaciones, porque no me atrevía a renunciar a mí misma, porque siempre me había parecido locura ¿cómo podría justificar el creer algo así?, ¡sencillamente era una locura! ¡No era posible que yo lo creyera!

Todavía en el momento más evidente, cuando casi podía sentir sus brazos alrededor de mí y escuchar el susurro de su voz: "Katia, mi niña, no luches más contra mí, tranquila...", aún en ese momento me atrevía a tapar mis oídos, a cerrar mis ojos y luchaba por salirme de ahí... pero la pureza de su amor me envolvía.

No pude más, me volví a Él, miré sus ojos suaves, miré la cruz, lo entendí y dejé de luchar. Caí a sus pies, dejé de pelear y entonces... todo fluyó. Era como una especie de alivio profundo, un bálsamo para mi alma y todo fluyó de forma natural: "perdóname, te he ofendido de muchas maneras, yo soy parte de aquellos que te juzgaron, yo me he burlado de ti, he sido ciega, sorda, orgullosa, te he ofendido a pesar de que siempre me amaste, pero yo no lo he visto, te he ignorado, perdóname, por favor. ¿Dime qué hago?, aquí estoy, estoy dispuesta, quiero escucharte, dime qué es lo que debo hacer".

En ese momento entendí que: "Él es la imagen del Dios invisible" (col. 1:15). Ese fue el momento en que reconocí a Dios, en Jesús.


UNA NUEVA VIDA

Después de ese día, las cosas aparentemente no habían cambiado mucho. No le dije a nadie de forma transparente y clara, que había creído el evangelio. Me limité a que lo supiéramos Dios y yo. Pero con el paso de pocos días, me sentía tan feliz, aliviada y con ganas de hablarlo con alguien ¡aquí en la tierra!

En principio era complejo contarlo, era extraño y sentía un poco de temor. Los propios prejuicios no se superan de un día a otro y yo tengo fuertes impresiones negativas, en cuanto a la religión y las personas religiosas se refiere. Pensar que yo estaba cayendo en lo que antes había criticado, me provocaba incomodidad.

Pero con el paso de los días, mientras más leo, escucho y pienso, me doy cuenta de que las personas todo tergiversamos. No es Dios el egoísta y orgulloso, el carcelero malvado, no es su juicio injusto como el nuestro, ni su amor condicionado, somos nosotros los que nos condenamos unos a otros, somos nosotros los que buscamos tener el poder y reconocimiento, los que pretendemos ser Él y muchas cosas malas hacemos en su nombre.

Más allá de convencer, se trata de compartir; más allá de hablar, se trata de vivir; más allá de ser santo, se trata de reconocer nuestra condición de humanos. Se trata de Amor, Compasión, Servicio... Se trata de ver más allá de lo aparente, de romper con paradigmas posmodernos y encontrar esa comunión con el Ser, con nuestro Creador, con Aquél por el que es posible nuestra existencia y la existencia de todo. Es más que una religión, una doctrina, una ceremonia, un discurso, un sistema de creencias. Se trata de volver al origen, de encontrarnos con Él y caminar juntos, a su lado.

Muchas veces dije: no lo sé todo y no lo puedo todo. Pero una cosa es decir palabras y otra cosa es vivirlas. Cuando realmente alguien reconoce sus límites, cuando realmente somos conscientes de nuestra propia muerte, es cuando podemos darnos cuenta de lo que es vivir.

Entonces respondió Jehová a Job desde un torbellino y dijo: "¿Quién es ese que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría? Ahora ciñe como varon tus lomos; yo te preguntaré, y tú me contestarás.
¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? ¿Sobre qué están fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra angular, cuando alababan todas las estrellas del alba y se regocijaban todos los hijos de Dios? ¿Quién encerró con puertas el mar, cuando se derramaba saliéndose de su seno, cuando puse yo las nubes por vestidura suya, y su faja oscuridad, y establecí sobre él mi decreto, le puse puertas y cerrojo, y dije: hasta aquí llegarás, y no pasarás más adelante y ahí parará el orgullo de tus olas? (Job 38:1-11)

¿Quienes somos nosotros si Dios no es?